Como las nubes, como el viento: el mundo secreto de una concubina
Luce igual que una película de Studio Ghibli, el guionista se apellida Miyazaki y la protagonista es una aguerrida y tenaz jovencita, pero Kumo no you ni Kaze no you ni no guarda relación con el estudio fundado por Hayao Miyazaki e Isao Takahata. Aun así, Como las nubes, como el viento es una cinta excepcional que debería ser vista por los feligreses de la casa matriz de Totoro y por los aficionados al cine a secas. Pero vayamos por partes.
Kumo no you ni Kaze no you ni (Como las nubes, como el viento) es una película de televisión de 1990, producida por el estudio Pierrot para la cadena Nippon TV. El film está basado en una novela de Ken’Ichi Sakemi intitulada Kōkyū Shōsetsu, que en español puede traducirse como Historia del harem de un palacio interior.
Estudio Pierrot: cuna de maestros y coincidencias
Esta producción contó con un guion escrito por Akira Miyazaki (ningún parentesco con el creador de Totoro), célebre por sus contribuciones argumentales a la serie World Masterpiece Theater, que tomaba clásicos de la literatura universal, como Tom Sawyer de Mark Twain o Mujercitas de Louisa May Alcott, y los adaptaba en forma de animes. Otros títulos famosísimos de esta antología televisiva, producida por Nippon Animation y transmitida originalmente por Fuji TV, fueron Heidi y Marco (ambas adaptaciones de novelas de Johanna Spyri y Edmundo de Amicis, respectivamente), donde sí estuvieron involucrados los factótums de Ghibli, Isao Takahata y Hayao Miyazaki.
Los vasos comunicantes no acaban ahí. Como las nubes, como el viento, fue dirigida por el veterano Hisayuki Toriumi, quien hizo su carrera a la batuta de importantes proyectos para la productora Tatsunoko, como Gatchaman (Fuerza G) y Tekkaman (la serie original en la que se basó Tekkaman Blade, o Teknoman, como se le conoció aquí). Después de colaborar con Tatsunoko, Toriumi, junto con otros ex trabajadores, pasarían a fundar un estudio de animación propio, al que bautizaron con el nombre de Pierrot (responsable de Yu Yu Hakusho, Fushigi Yuugi y Bleach).
Hiyasuki Toriumi no solo fue un reconocido realizador (y me refiero al pasado porque falleció el 23 de enero del 2009), sino que, además, fungió como mentor de otro grande: Mamoru Oshii. Incluso, ambos tuvieron la ocasión de colaborar en una serie de OVAs de ciencia ficción llamada Dallos, la cual tomó elementos de la novela La Luna es una cruel amante de Robert Heinlein, así como de la película La Batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo. Dallos es considerado un film de culto tanto por sus excentricidades audiovisuales como por tratarse de la primera OVA en la historia del anime.
Katsuya Kondo: orfebre de rostros marca Ghibli
En lo que respecta al apartado visual de Como las nubes, como el viento, cabe hacer énfasis en un detalle crucial. El diseño de personajes es obra de Katsuya Kondo, el mismo artista encargado de esbozar figuras y semblantes para la casa productora de Ghibli, específicamente para Ponyo en el acantilado (2008), Puedo escuchar el mar (1993) y Kiki: entregas a domicilio (1989). Esta coincidencia llevó a algunos aficionados (entre los que me incluyo) a considerar erróneamente esta obra como una producción de la fábrica Ghibli.
Y es que, en efecto, las similitudes con dicho estudio saltan a la vista. Los protagonistas, por ejemplo, ostentan aquellos vistosos rostros esféricos de mejillas prietas, con finas y expresivas cejas que coronan unos ojos de pupilas grandes. En la orilla opuesta, y añadiendo otra coincidencia, la espigada faz de gesto esquinado se reserva a los personajes que sugieren una amenaza latente, o algún secreto a punto de brotar.
Respecto a la apariencia física de los héroes y antagonistas, se emplean extremidades filiformes desprovistas de musculatura. Estas, sin embargo, son capaces de tornarse en cuerpos llenos de plasticidad y dinamismo. Es lo mismo que ocurre en las cintas de Miyazaki, donde ídolos y villanos emplean la totalidad del gesto para imponer su universo íntimo.
Intrigas desde el campo al palacio interior
¿Y qué hay del argumento? ¿Acaso este film es capaz de sostener una comparación con aquellas historias firmadas por los adalides de Ghibli? ¿Posee Como en las nubes, como el viento la cualidad de una cebolla, con varias capas de sentido ocultas una bajo la otra? Me atrevo a responder con una afirmación rotunda. Su anécdota no solo es un digno contendor de las mejores narraciones del estudio afincado en la ciudad de Koganei. Es más: una lectura atenta la descubre como un relato trascendente y provocador, muy por encima de otros títulos contemporáneos.
Como en las nubes, como el viento se sitúa en la China del siglo 17 para contar la historia de Ginga, una traviesa campesina adolescente que sueña con un futuro mejor. Ella, al enterarse que el nuevo emperador está buscando concubina, decide probar suerte con la esperanza de asegurarse casa, comida y vestimenta. Las dudas la invadirán al llegar al palacio y verse rodeada por un centenar de jovencitas, todas prestas a conseguir una posición en la lista de consortes del flamante soberano.
Mientras tanto, un complot subalterno se gesta desde las sombras y por varios flancos. La súbita muerte del antiguo emperador se traduce en un vacío de poder que corre el riesgo de ser copado por el primer postor. Y la oferta de conspiradores abunda: en las periferias y en el núcleo mismo del reino, intrigantes por doquier buscarán obtener su tajada a cualquier precio.
Esas concubinas existen
Desde el saque, la cinta nos pone al frente a una protagonista insólita. Ginga no es una mujer que busque algún fin noble o altruista. Todo lo contrario: ella solo ansía garantizar su bienestar físico. Su objetivo es llano y elemental, y pone de manifiesto su filosofía: si el concubinato es un camino para obtener sustento íntegro y educación gratuita, pues, bienvenido sea.
Pero el relato no se reduce a una parábola de superación. Porque en su paso hacia el fortín imperial, Ginga sufre un cambio alegórico y concreto. Aquel tránsito se revela, literalmente, cuando la protagonista recorre un largo túnel rodeado de silencio y oscuridad. Ese corredor es en verdad un rito de paso figurado, el cual augura la multitud de sombras que acechan su futuro. Su primer propósito se verá modificado por contratiempos inminentes, desde el estorbo de las tareas estudiantiles hasta el asomo de auténticas encrucijadas existenciales. Al final, es lo de menos, porque Ginga es como el popular verso de Machado: caminante, no hay camino /se hace camino al andar.
Los demás personajes femeninos también presentan matices y complejidades. En cada una emergen motivaciones legítimas, desde Seshaamin, una jovencita que admite haber llegado al palacio para satisfacer su afán de ascenso social; hasta Kim, la antigua emperatriz que no tiene reparo en plantear un magnicidio contra el novel emperador (que es su hijastro). Lo admisible y lo inadmisible no serán obstáculo para conseguirle el trono a su propio vástago.
El último emperador
Y los villanos tampoco se quedan atrás. En la tradición de las grandes ficciones (y a la usanza de los films de Miyazaki y Takahata), los adversarios no son malandrines unidimensionales. Konton e Iryuuda, amenazas centrales, son mercenarios avispados que utilizan la crisis del palacio como vehículo para imponer la justicia popular, aunque sea mediante la fuerza.
Por último, está el joven emperador Koryuun, una contradicción andante para los estándares de los protagonistas varones. Este emperador no teme revelar su vulnerabilidad o su inestabilidad en el trono, así como tampoco se priva de recrearse en su androginia (durante la mayor parte del metraje, Ginga no está segura de estar lidiando con un hombre femenil o una mujer con encanto viril).
Hasta el tramo final, Koryuun nunca deja de ser un cúmulo de contrastes que hacen de él una presencia seductora, misteriosa y melancólica.
Lo que el viento nos dejó
No es solo el entramado dramático el que brilla. Como las nubes, como el viento es también una trepidante cinta de acción y comedia. Diversas escenas deslumbran con un humor físico que se siente orgánico y funcional. Cada embrollo por el que pasan los personajes sirve un propósito dentro de la historia.
Lo propio ocurre con las secuencias de acción. Salvo la última, que tiene proporciones épicas, todas las demás manifestaciones de choque y violencia son concisas y descarnadas. Esa capacidad de síntesis le otorga al film frescura y agilidad, y anula la posibilidad de predecir lo que vendrá.
Y la gracia no se limita a la acumulación de bufonadas. En verdad, la irreverencia de esta pequeña gran película reside en la subversión de los roles previstos para los sujetos que la pueblan. Las mujeres desafían lo que se espera de ellas, los nobles recusan su estirpe o la manchan con acciones abyectas, y los plebeyos sabotean sus ambiciones colectivas para privilegiar la riqueza personal. El áspero retrato humano que se esboza no deja títere con cabeza.
Ginga del Valle del Viento
La aventura de Ginga se prolonga por una hora con veinte minutos, pero su impacto permanece. Y es en el desenlace donde Como las nubes, como el viento se emparenta más con el pulso de Takahata que con el de Miyazaki. Porque recordemos que Miyazaki-san suele clausurar sus relatos con cierta templanza esperanzadora. Por otra parte, Takahata-san no rehúye los finales abruptos y agridulces, que suelen instalar en el espectador una suerte de reflexión quieta, aunque cerebral.
Por supuesto, Takahata no erradica la susceptibilidad de sus héroes, pero privilegia sus márgenes racionales. Lo mismo ocurre con Ginga que, ante todo y contra todos, mantiene la frente en alto, presta a vislumbrar el horizonte. Ella es constancia que avanza y destella; como su propio nombre, que en español podría traducirse como Vía Láctea.
Y la canción de cierre que cobija al espectador cuando cae el telón, y que comparte el mismo título de la película, corrobora ese ímpetu. La cimbreante voz de la intérprete Ryouko Sano se refleja en versos que son una despedida o una declaración de principios: ¿Te sorprende que de pronto haya emprendido mi camino? /El lugar que recorro sola aparenta ser largo, pero /algún día quiero verte otra vez con alguien que ame /en el translúcido interior de mi corazón.
El coro, en cambio, quizá sea el último deseo de Ginga, recitado mientras la luz de algún claro baña sus ojos: como las nubes, en algún lugar, /donde no realizamos promesa alguna / como aquellas nubes, hállame / cuando esté brillando fuerte.