De Rusia con amor: Cuadros de una exposición, de Osamu Tezuka

 De Rusia con amor: Cuadros de una exposición, de Osamu Tezuka

¿Qué tienen en común Modest Músorgski, el notable músico ruso del siglo XIX que compuso la ópera Boris Godunov, y Ozamu Tezuka, el dios del manga que dio vida a Astroboy? Para el aficionado ocasional, nada. En cambio, un avispado entusiasta de la animación sabrá relacionar aquellos nombres con un experimento audiovisual que reunió lo mejor de ambos.

Me refiero a Cuadros de una exposición, auténtica rara avis cinematográfica que integra la abultada filmografía del creador de La Princesa Caballero.

Afiche japonés de Cuadros de una exposición (1966)

Historia de un zar accidental

Boris Godunov es el título de una ópera compuesta en San Petersburgo, entre los años 1868 y 1873. La pieza se basa en el drama teatral homónimo de Alexander Pushkin, publicado en el año 1831. Esta obra toma prestado un suceso histórico ocurrido en Rusia en el siglo XVI.

En el año 1584, tras la muerte de Iván el Terrible, primer monarca en adoptar el título de zar, su hijo Teodoro estaba destinado a ser el sucesor. Sin embargo, la fragilidad mental de Teodoro le impidió afrontar el mandato, por lo que su cuñado Boris se convirtió en el soberano de facto.  

Boris Godunov, el zar renuente

La ópera, que cuenta con cuatro actos y dura más de tres horas, arranca con la coronación de Boris como emperador de Rusia. El relato narra la lucha de este zar fortuito por conservar el poder y su posterior hundimiento inducido por Dimitri I el Impostor. Al final, Boris Godunov caerá preso de una demencia avivada por sus propios delirios de persecución.  

Modest Músorgski, genialidad fronteriza

Esta obra maestra del canto lírico es considerada una de las composiciones más importantes del canon musical ruso, y quizá su ópera más representativa. Su autor, Modest Músorgski, nacido el 9 de marzo de 1839, fue un notable artista que destacó por su originalidad en la manipulación de la tonalidad y la armonía. Casi toda su producción estuvo inspirada en la identidad rusa -sus mitos, su folclor, su historia- del periodo Romántico.

Retrato de Musórgski, por Iliá Repin

Músorgski murió prematuramente a los 42 años, el 28 de marzo de 1881. Esta es la razón por la cual su obra es relativamente reducida. Añádase el detalle de su personalidad, la cual destacaba por ser excéntrica y voluble. Muchas de sus obras quedaron inconclusas, quizá debido a su propia inconstancia.

Pero es esa misma naturaleza indómita la que le otorga carácter a su música. Aunque antaño se le haya considerado técnicamente deficiente, es a partir de aquellos vaivenes sonoros que sus composiciones imponen atmósferas y estados de la mente con nítida minuciosidad. Son particularidades que podemos encontrar en sus piezas más populares: Una noche en la Árida Montaña y Cuadros de una exposición.  

Fantasía: Walt Disney, Mickey Mouse y romanticismo ruso

Los cinéfilos sabrán identificar con facilidad los primeros acordes que abren Una noche en la Árida Montaña . Esto debido a que dicho paisaje sonoro acompañó una secuencia del célebre film musical producido por Walt Disney en el año 1940, Fantasía.

Fantasía fue el tercer largometraje de la fábrica Disney. Consta de ocho segmentos animados, cada uno de ellos puestos a la orden de sendas piezas famosas de música clásica. Quizá su segmento más reconocible sea aquel donde Mickey Mouse sale ataviado con indumentaria de hechicero, fracasando en su intento de manipular los encantamientos que su maestro domina sin esfuerzo.

Mickey Potter

Chernabog, desde el inframundo a Disney+

Una noche en la Árida Montaña es el episodio que emplea el poema sinfónico del mismo nombre de Músorgski. Las imágenes son delirantes y ponen en escena la Noche de San Juan Bautista en su acepción mística religiosa; es decir, como un aquelarre donde un demonio gigante invoca espectros y duendes para hacer de las suyas.

El segmento es una formidable suma de cuadros siniestros y representa uno de los picos creativos del equipo de animación de Disney. El recurso de rotoscopia (técnica que consiste en la reproducción animada de un fotograma con elementos reales, por medio del calco) es utilizado para darle textura cromática y relieve plástico a Chernabog, un lúgubre diablo armado con dos alas de murciélago de gran envergadura.

Nunca un evento tan pecaminoso como un aquelarre fue escenificado con tanta picardía y sentido lúdico como en esta cinta.

Chernabog, listo para el aquelarre

Pinturas en movimiento

Cuadros de una exposición, por otra parte, no está tan difundida en el imaginario popular, pero se trata de la composición de Músorgski que se interpreta más frecuentemente.

Esta suite está conformada por diez piezas breves y cinco intervalos. El objetivo del compositor ruso fue describir, mediante la variación de compases y ritmos de varios leitmotivs, el recorrido de una exposición pictórica. Los intervalos llevan el nombre de Promenade, y representan paseos interiores que sirven de reposo entre cada cuadro. La naturaleza de los cuadros es trazada por una melodía independiente. Músorgski manipuló el timbre, el tono y la atmósfera de cada una para dibujar las pinturas en la mente del oyente. El resultado es una experiencia muy semejante a la reproducción de una película por medio de su banda sonora.

Y quizá haya sido este último atributo el que animó al padre del manga en persona, Osamu Tezuka, a realizar la adaptación animada en formato fílmico.

Mushi Production, cuna de la animación

Cuadros de una exposición es un cortometraje experimental de 30 minutos, producido por el estudio Mushi Production y lanzado en noviembre de 1966. Esta casa animadora fue fundada por Osamu Tezuka en 1961, como una forma de hacerle frente a su rival, Toei Animation. Mushi Production cuenta en su haber con la elaboración de muchos títulos imprescindibles del anime para TV, como Astroboy, Princesa Caballero y Kimba, el León Blanco.

Además, también fue un estudio pionero en la realización de películas animadas concebidas para el público adulto. De este último grupo, destacan títulos de culto como Las mil y una noches (1969), Cleopatra (1970) y La tristeza de la Belladonna (1973).

Para la adaptación de la obra de Músorgski, Tezuka sensei pidió a Isao Tomita que produjera un arreglo musical exclusivo para el cortometraje. Tomita, por supuesto, no era cualquier compositor. Se trataba nada menos que de uno de los primeros artistas que empleó la música electrónica como vehículo de experimentación pop.

Isao Tomita, samurái eléctrico

Es útil recordar que Isao Tomita, junto a otros talentos como Wendy Carlos, Klaus Schulze, Jean Michel Jarre, Vangelis o Brian Eno, fueron la primera camada de compositores que llevaron la música electrónica a los oídos de los melómanos de a pie. Ellos se encargaron de sustraer artefactos electro mecánicos de los círculos académicos -que ya habían adoptado la creación de música sintética, pero como intervenciones sonoras y experimentos musicales-, impregnándolos de sensibilidad pop para su consumo radial.

La colaboración Tezuka-Tomita se dio de manera orgánica. Ambos ya habían trabajado juntos para la banda sonora de Kimba, el León Blanco. Sin embargo, el arreglo que elaborara Tomita para Cuadros de una exposición se produjo antes de que se introdujera de lleno en el universo de la música electrónica y espacial.

Tomita alcanzaría fama y prestigio seis años después con la aparición de su primer disco, intitulado Switched on Rock (1972) y publicado con el seudónimo de Electric Samurai. Este trabajo tomó temas famosos del rock contemporáneo -principalmente de los Beatles y Simon & Garfunkel-, para transformarlos en pasajes de meditación robótica.

De Rusia con amor y directo al país del Sol Naciente

Su segunda producción, Snowflakes are Dancing (1974), sería incluso más exitosa. Esta consistió exclusivamente en el uso de piezas originales de Claude Debussy. Por supuesto, todas ellas se recrean electrónicamente.

Tomita, samurái eléctrico

El mismo tratamiento recibiría la obra de Músorgski en el año 1976. Para esta nueva versión de Cuadros de una exposición, Tomita se encargaría de incorporar sus instrumentos de cabecera (sintetizadores Moog, secuenciadores, e incluso el mellotron). El disco posee un aura más sintética e inquietante, como si el oyente estuviera acudiendo a una exposición astral de pinturas digitales.

Así las cosas, parece azar de la providencia que espíritus tan singulares como el de Músorgski, Tomita y Tezuka confluyeran en un mismo proyecto. Y el producto no deja de ser igual de anómalo, pero no por eso menos extraordinario.

Cuadros de una exposición del dios del manga

Cuadros de una exposición de Tezuka adopta la misma estructura que la obra musical homónima y la lleva un nivel literal. El punto de vista del cortometraje es aquel que fantaseara Músorgski cuando concibió su obra en 1874. Se trata, entonces, de una trayectoria que empieza fuera de una galería pictórica y que se va desarrollando episódicamente, en diez segmentos distintos. Cada segmento corresponde a un cuadro y a una melodía específicas, todas inspiradas en pinturas de Viktor Hartmann.

Los episodios sonoros llevan el mismo nombre que los cuadros de Hartmann: Gnomos, El viejo castillo, Tullerías, Ganado, Ballet de polluelos en sus cáscaras, Samuel Goldenberg y Schmuyle, El mercado de Limoges, Catacumbas, La cabaña sobre patas de gallina y La Gran Puerta de Kiev. En la versión de Tezuka, estos cuadros cambian sus títulos originales por otros alternativos para cada escena.

Y no solo los títulos cambian. El estilo de animación difiere de episodio a episodio, y fluctúa de lo convencional a lo alegórico, atravesando estéticas impresionistas por un lado y retro futuristas por otro. Además, Tezuka aprovecha el formato antológico para insertar referencias cinéfilas por doquier. He ahí el guiño a Metropolis (1927) de Fritz Lang en el episodio Dueño de una Gran Fábrica; o aquel otro a West Side Story (1961) de Jerome Robbins y Robert Wise en Beatnik.

Osamu Tezuka: cineasta tornasol

Independientemente de las referencias, Cuadros de una exposición es un ejercicio notable de puesta en escena. Y más importante aún, nos revela a un realizador inquieto y curioso, dispuesto a valerse del formato para llevarlo al límite. Cada episodio descarta la decisión obvia de subordinar su narración a la personalidad de la música. Por el contrario, Tezuka se arriesga y apuesta por diez maneras únicas de representar atmósferas y estados de la consciencia.

A pesar de ser un cortometraje y una obra menor dentro de su vasta producción, Cuadros de una exposición funciona como una suerte de vitrina poliédrica. Es un contenedor tornasolado que nos acerca a aquella laboriosa fábrica humana de ideas que era el cerebro de Osamu Tezuka.

rafael flores figueroa

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