Saraiya Goyou (La casa de las cinco hojas)
Un acercamiento a la vida y las circunstancias de unos particulares criminales en la era Edo.
Estrenada en el bloque Noitamina, espacio de la televisora Fuji TV dedicado a la difusión de contenido animado poco comercial y, por tanto, dirigido a un público reducido; “Saraiya Gouyou” («La casa de las cinco hojas») salió al aire en marzo del año 2010. La adaptación, basada en la serie manga de Natsume Ono, fue dirigida por Tomomi Mochizuki con animación producida por estudio Manglobe y contó con 12 episodios.
En la ciudad de Edo, durante el periodo que lleva su nombre y que es muy conocido por ser el escenario de muchas historias de samuráis, Akitsu Masanosuke es uno sin amo (ronin) y que vaga por las calles en busca de empleo. La suerte le es esquiva: no tiene amigos; debido a su apariencia poco amenazadora, dura poco tiempo como guardaespaldas; y su orgullo le impide aceptar trabajos de obrero. En sus idas y venidas, se topa con un tipo con aspecto de yakuza, Yaichi, que toma interés en él y le invita a comer. Mientras almuerzan, este le cuenta que necesita un guardaespaldas para cuidarse en un asunto problemático, pero no da más explicaciones. Luego de darle unas vueltas, Akitsu conviene en servirle. Esa noche, en algún lugar de un bosque cercano, se encuentran con un anciano. A la reunión se suman dos samuráis dispuestos a desenfundar contra Akitsu y Yaichi, pero el primero se encarga de ellos sin herirlos de gravedad. El anciano se disculpa y le entrega dinero a Yaichi: es el pago de un rescate. Consciente de la situación en la que se ha metido, Akitsu decide no participar más, pero al haber dado su palabra, así como encontrarse atraído por la idea de confraternizar con otras personas, se queda en la órbita de Yaichi y sus compañeros de crimen: «Las cinco hojas». ¿Qué hizo que sus integrantes decidieran juntarse y dedicarse al secuestro?
En los momentos iniciales de la serie, se nos cuenta en un flashback, la historia de un niño adoptado, Seinoshin, que es despreciado por la señora de la casa. Una cicatriz en su espalda le sirve de excusa para humillarlo, pero un sirviente la compara con las bellas hojas del arce, lo que lo anima. El nombre de la banda de Yaichi, «Las cinco hojas», hace referencia a la misma hoja del arce, que en temporada de otoño adquiere un color rojo. Y es una de cinco puntas roja la que representa al grupo al servir como firma al adjuntarla en las cartas que envían para pedir un rescate. Pero representa también conexión entre los miembros, aunque no sea tan obvio para ellos y lo vayamos descubriendo a su lado, mientras seguimos la serie: las cinco hojas son realmente una sola, con un nervio central que se divide, pero que sigue formando parte de un todo. Como si ese nervio central fuera el pasado, las experiencias base que han vivido y lo que los ha llevado a ser lo que son hoy, y que, de alguna manera, los hermanará. Como una familia.
Al encontrarse con “Saraiya Goyou”, una de las primeras cosas que le llamará la atención al espectador es su diseño de personajes. Aunque el trabajo en la adaptación estuvo a cargo de Kazuto Nakazawa, su particularidad le viene del manga original de Natsume Ono. Los rostros presentan ojos que hacen sentir su globularidad, en los que el iris ocupa buena parte y en la que la púpila es apenas un punto, cuando no inexistente, por lo que pueden dar la impresión de estar muertos. Las narices son alargadas y puntiagudas, al igual que los mentones, y se encuentran a cierta distancia de las bocas, que suelen ser amplias. Aunque este diseño no es muy común, resulta agradable. Y más con el trabajo en animación hecho por Manglobe.
Los movimientos de los cuerpos resultan fluidos y los detalles de los mismos, así como el vestuario, están bastante cuidados. Los fondos, de sombras duras y líneas negras gruesas pueden hacerle recordar a uno un cómic. Esto le da un aire algo sucio y descuidado intencional, lo que queda bien para una historia relacionada al crimen. Mención aparte recibe la utilización continua de capas múltiples, lo que aumenta la sensación de profundidad al crear el efecto de paralaje. Incluso en tomas del cielo, uno puede ver el movimiento super lento de las nubes que contrastan con otros objetos en la composición, como las ramas de los árboles.
Esta animación cuidada, esta preocupación por los detalles, es una marca reconocible de los proyectos de Manglobe. O lo era. Fundada a inicios del 2002 por gente que antes trabajó en estudio Sunrise (madre también de estudios como A1 Pictures o Bones), Shinichirou Kobayashi y Takashi Kochiyama, la productora se declaró en bancarrota en 2015. Sólo para recordar algunos de los trabajos que nos dio en su tiempo de vida, podemos mencionar a “Samurai Champloo” (2004), “Ergo Proxy” (2006), “Michiko to Hatchin” (2008), “Seiken no Blacksmith” (2009), “Samurai Flamenco” (2013), o su último trabajo, “Gansta” (2015). Ya sea que hayas visto algunas de sus obras o todas, y te hayan gustado o no, es innegable el grado de cuidado que le ponían al momento de animar, así como su apertura al riesgo en varias de sus producciones, muchas no destinadas a una gran audiencia.
“Saraiya Goyou” es una de ellas. No es una producción para todos. Su historia se centra mucho en estudiar las circunstancias de sus personajes y los lazos entre ellos: Akitsu, un ronin transparente e ingenuo; Yaichi, el calculador y desconfiado jefe del grupo; Ume, el corpulento dueño del local en el que se reúnen; Otake, una exprostituta apegada a Yaichi; y Matsukichi, un solitario ladrón que, en apariencia, es indiferente. Todos con asuntos del pasado. Los secuestros muchas veces sirven de excusa para conocerlos y reforzar al grupo. Su primer cuarto es de presentación, de establecimiento de relaciones iniciales, las mismas que evolucionarán hasta que se sienta que han formado una unidad. Aunque si hay que señalar una falencia en esto, es que que de todos ellos, Otake es a la que menos tiempo se le dedica: su historia personal es bastante reducida en comparación a los demás, lo que resalta más al ser el único miembro femenino del grupo. Además, para ser una historia con ambiente criminal, hay mucho menos acción de la que algunos podrían esperar, y el derramamiento de sangre es reducido, lo que le da más notoriedad a la presencia del rojo (aunque más que en la sangre, lo recordemos por las llamativas hojas de arce). Esto no es algo negativo teniendo en cuenta sus intenciones, aunque, nuevamente, la serie requiere una paciencia que no todos están dispuestos a conceder.
Antes de hacerse cargo del equipo reunido por Manglobe, Tomomi Mochizuki había estado en el mundo de la animación desde la década del ochenta. Su nombre está asociado a algunos proyectos conocidos, muchos de ellos como director: desde algunos episodios de “Kimagure Orange Road” (1987) y su película (1988), hasta su trabajo más reciente en la serie “Battery” (2016), incluyendo la extremadamente vapuleada serie de episodios cortos»Pupa» (2014). Pero quizá su trabajo más recordado sea en el especial para TV de estudio Ghibli “Umi ga kikoeru” («Puedo escuchar el mar», 1993), que ha sido redescubierto en occidente y que fue exhibido en cines de Estados Unidos por una iniciativa de la distribuidora GKids entre enero y febrero de este año (2017). Para la teleserie que nos ocupa, no sólo dirige, también se encarga de la composición, el storyboard del OP y el ED, así como los del primer y último episodio, y hasta hace de director de sonido.
La canción de la apertura, “Sign of love” («Señal de amor») de la cantante immi, es pop electrónico que no cae mal. Quizá lo más notable es la utilización de las mencionadas múltiples capas en los fondos que se van sucediendo como si recorriéramos un rodillo: las imágenes de los campos, edificios de la ciudad de Edo y los personajes aparecen cerca a nuestro punto de vista, se elevan, se alejan y desaparecen. Como si se diera vueltas a algún ingenio mecánico. La canción del ED, “all I need is” («Todo lo que necesito es…») de Rake, con varios versos en inglés, puede sonar algo repetitiva con la primera oída, lo que resaltará más luego de ver varios episodios. La animación es interesante, pero simple: presenta un cubo imposible en el que las caras van mostrando los rostros de los miembros de «Las cinco hojas» mientras el fondo varia con cada movimiento del objeto. Es efectiva, aunque no resultaría raro que muchos decidan saltarla luego de algunas entregas.
Como dijimos antes, la teleserie está basada en el manga de ocho volúmenes de Natsume Ono, que se publicaron entre el 2006 y el 2010. ¿La adaptación se sostiene sola? Sí. Por como está planteada, el final cierra lo que la historia presentada se proponía: conocer a sus personajes y crear lazos entre ellos. Uno puede acabarla y sentir que todo un ciclo ha sido completado. Si estás dispuesto a dedicarle tiempo, no estás muy interesado en la acción y más en el desarrollo de personajes, y quieres ver una historia del periodo Edo, quizá debas darle una oportunidad.
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